jueves, 25 de marzo de 2010

GAUCHOS ASANDO MERLUZAS

El precio de la carne en Argentina  ha subido un 40% desde comienzos de año. Los expertos aseguran que el problema se debe a un déficit importante en la cabaña bovina. Faltan vacas en una nación donde el promedio de consumo anual de carne es de 73 kgs. por persona. Es difícil de comprender como el país con un sector cárnico que ha sido de los más sólidos del mundo haya llegado a estos extremos.

Para evitar que la escalada de precios termine por impedir a los argentinos disfrutar de su tradicional asado, el gobierno ha orquestado una campaña de fomento de consumo de carne de pescado, pollo y cerdo. La presidenta Fernández de Kirchner se ha lanzado a la calle a promocionar la merluza austral como solución a la grave crisis interna que vive la industria alimentaria del país. Incluso ha afirmado que la carne de porcino tiene “virtudes afrodisíacas”. Pretende así paliar los efectos de una gestión política que, en los últimos cinco años ha llevado al sector ganadero a una situación difícil. La cabaña bovina se ha reducido un tercio con respecto al año anterior. El kilo de carne para el asado de tira está por encima de los cinco euros, casi el doble de su precio habitual. En la mente de muchos esta el recuerdo de las medidas que Néstor Kirchner, ex-presidente de la República, adoptó en el año 2005.

En ese año Kirchner decide cerrar las exportaciones de novillo argentino para limitar las subidas de su  precio en el mercado interno. Las exportaciones disminuyeron un 30% entre 2005 y 2008. La intención del presidente era garantizar a la nación su ración diaria de carne, en lo que se podría considerar un remedo de la vieja máxima romana “panem et circenses”. Kirchner lo consiguió a costa de que los ganaderos sufrieran las consecuencias. Muchos de ellos se vieron obligados a sacrificar parte de la cabaña para poder dedicar sus campos a actividades más rentables. Una de ellas, quizá la más rentable de todas, es el cultivo de soja transgénica.

La industria ganadera ha cedido ante el imperio de la soja. Se prevé que la cosecha para la campaña 2010 sea de unos 52 millones de toneladas, frente a los 2,4 millones de toneladas de producción cárnica estimados. La práctica totalidad de la soja será importada por países del llamado primer mundo. Es sabido que estos cultivos son fomentados por los países desarrollados, interesados en la adquisición de las cosechas pero no en albergarlas en sus tierras. El primer mundo emplea sus recursos en producir alimentos para su propio consumo y los países empobrecidos dedican sus campos a producir para exportar al mundo desarrollado. La soberanía alimentaria, que ha permitido la subsistencia de países como Argentina, cede ante el poder de las grandes compañías. Con Monsanto a la cabeza, son auténticos monopolios del cultivo de transgénicos. Hay un cierto aire neo-colonial en todo este proceso de “sojización”, como apunta el argentino Alberto J. Lapolla desde Rebelion.org. ¿Necesita Argentina toda la cantidad de soja que se cultiva en sus tierras? ¿Es el cultivo de soja transgénica la solución para los problemas del país? ¿O es la soja la responsable? Es paradójico que el mayor consumidor de carne del mundo se quede sin ganado mientras que tiene sembrada más de la mitad de su extensión con un producto que no consume.

La realidad es que los precios de la carne siguen su ascenso, a pesar de iniciativas como la de la presidenta, a quien parece habérsele olvidado que los caladeros de merluza austral también están por debajo de los niveles óptimos de explotación. Quizá esté más preocupada por intentar evitar los costes políticos de la mala gestión agropecuaria de su gobierno. Desde la Casa Rosada se culpa a los ganaderos de querer mantener sus cabañas en el campo, para que engorden y sean más rentables. Los ganaderos están indignados. Ven como se les restringe la posibilidad de generar negocio a escala internacional y asisten al deterioro de uno de los símbolos nacionales: el novillo argentino.

Decía el periodista bonaerense Horacio Vázquez Rial que “la Argentina puede desaparecer en cualquier momento”. De momento tendrán que preocuparse por la desaparición del clásico asadito de los domingos. Igual van a tener que asar merluzas.

martes, 9 de marzo de 2010

Algas que nutren

La comunidad científica ha expresado su alarma por la sobreexplotación pesquera. Los vertidos tóxicos y la extinción de especies marinas son temas que preocupan al hombre, responsable de la degradación de la flora y fauna marina. 
 
El mercado busca soluciones en el mismo lugar en el que se produce el impacto. El volumen de las inversiones de las grandes compañías petroleras en el campo de la cría de algas marinas destinadas a producir biocombustibles crece de manera exponencial. De forma paradójica, estas mismas empresas han provocado la contaminación actual de los mares. Ahora, cuando las reservas de combustible fósil están a punto de agotarse, vuelven la cara al océano, dispuestas a continuar la explotación. Buscan nuevos beneficios económicos a costa de establecer un nuevo monopolio en la explotación de un recurso natural presente en todos los mares y al alcance de todos. Los gastos en investigación biotecnológica, basada en las posibilidades ofrecidas por las maquinarias celulares de las algas, son elevados, y las grandes transnacionales no están dispuestas a compartir su saber para un reparto más equitativo de las oportunidades de progreso. Perpetúan así estructuras de poder que privan a los más desfavorecidos de nuevas oportunidades de desarrollo real. 

 
La FAO señalaba hace unos años las posibilidades de mejora económica para los países empobrecidos con la acuicultura de las algas. Si se implementan programas de desarrollo adecuados, las economías locales de las zonas costeras más deprimidas pueden encontrar en ellas un recurso en el que apoyar su crecimiento. Para establecer empresas de recolección y procesado de ciertas especies, como el alga kelp, no se precisa una elevada inversión inicial. Su utilización en la producción de piensos, fertilizantes y harinas de uso alimentario puede jugar un papel decisivo  en la reactivación de los flujos económicos a pequeña escala si se estimula a los pequeños empresarios y se les capacita técnicamente para trabajar en este campo.

 
El dato más relevante acerca de las algas es que se pueden comer. De las 25.000 especies de algas, 50 son aptas para el consumo. El ser humano las ha comido desde siempre: hay documentos que prueban su presencia en las mesas chinas del siglo VI a. C. Su aceptación como ingrediente obedece a cuestiones culturales, pero no se deben de menospreciar sus cualidades nutritivas. Las algas son muy ricas en minerales y proteínas. El siglo XXI no ha desterrado aún la grave realidad del hambre y las algas no van a solucionar el problema, pero se debería valorar el papel decisivo que pueden tener en la lucha contra la malnutrición. Mujeres embarazadas y niños podrían beneficiarse de esta nueva tecnología. 

 
Los organismos internacionales tienen la oportunidad de trabajar para hacer posible el acceso barato a este recurso si fomentan políticas de I+D en el sector en países empobrecidos. Si instituciones como la FAO o la OMS menoscaban las posibilidades de las algas, serán las grandes compañías las únicas que se que sirvan de sus ricas propiedades. Los mares, acorralados por el hombre y generosos a la vez, parecen tener una respuesta flotando en sus aguas. Es necesario recogerla. 

 
En los países occidentales, las algas se cultivan para satisfacer la industria alimentaria. Sus propiedades permiten la producción de cosméticos y fármacos; se emplean, entre otras aplicaciones, como suplementos dietéticos y en la industria de las gomas industriales. Se investiga para optimizar la obtención de biocombustibles mediante su procesado. Por su particular morfología tienen la capacidad  de tolerar la retención de metales pesados, tóxicos, en su organismo. Así contribuyen a eliminarlos de las aguas. Expiran una gran cantidad de oxígeno, muy beneficiosa para la atmósfera, y el aporte de insumos para su cría es mínimo. Muchas ventajas que aún no todos podemos disfrutar.